Comentaban, Norma, que el Huaso Mena era el bandolero más famoso de la zona y para disimular se hizo zapatero remendón porque así tenía la coartada perfecta.
El Cojo Pepe llegó a la vida con el espíritu corrompido. Todo el mundo sabía que había nacido lisiado como fruto de un amor entre hermanos. En la escuela se burlaban de él a causa de su defecto físico. Se crió con unas tías que lo cuidaban, eran costureras y de chiquito el cojo las veía dar puntadas en la ropa ajena hasta la madrugada.
El Huaso Mena -decía mi viejo- era valiente pero también bribón. Un zapatero remendón que disimulaba hábilmente las fechorías. Fue asaltante de caminos. Montaba un caballo negro que le ayudaba a camuflarse en la oscuridad de la noche. Del mismo color era su ropa, el sombrero y el poncho”.
Fue la tortilla de rescoldo, Norma. La tortilla que doña Lastenia sumergió en la ceniza y cubrió con las brasas al rojo vivo para que se cociera. Nunca he vuelto a comer un pan tan bueno como el de la vieja de la cabeza blanca. Me lo hacía cuando yo era niño, demasiado pequeño todavía. Entonces acudía a su casa, una media agua construida de adobes y techo de zinc, la longeva me contaba esos cuentos fantásticos de demonios y apariciones increíbles que muchas veces no alcanzaban a colmar mi imaginación. La tetera hirviendo en el brasero, tomábamos yerba mate y comíamos pan. La boca desdentada no dejaba de hablar, de relatar aquellos pasajes que jamás han podido borrarse en el tiempo. Las palabras se escapaban de la boca vacía de doña Lastenia porque yo la conocí sin dientes, igual que su hijo a quien todos apodan El Nata.
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