El Pirulo corría como liebre, Norma, es lo que más recuerdo. Aparecía como a las seis de la tarde, un rato antes de que se fuera la luz y jugábamos a la pelota o con las bolitas en plena vía pública. La calle larga, Norma, era el campo de juegos para los punitaquinos, aunque a veces íbamos a la parte trasera de la casa de don Humberto Martínez, amurallada, no podíamos precisamente entrar al patio de esa casa donde había un pique profundo, oscuro, si en otros tiempos había sido un proyecto de noria o pozo para extraer agua, hacía mucho que estaba en desuso y seco con un montón de piedras en el fondo, eso decían quienes se habían metido en el interior de esa profundidad.