Mientras esperaba impaciente en el andén de la Estación de Ferrocarriles de la Calera, en un día de invierno, para ser más exacto el día sábado 5 de Agosto de 1967. Observaba el entorno cambiante de la Estación en ajetreo; con sus gentes, sus máquinas, los ruidos y los enormes bultos de cargas. El tren de la tarde que debía salir hacia el norte, en el cual me embarcaría, ufanaba con sus calderas humeantes dispuesto a partir, solo le retenía y le amarraba a esa larga espera, la ansiada llegada del “Convoy de Santiago” que traía pasajeros y carga de trasbordo. Se había retrasado demasiado y la espera me era larga, incluso llegaba a ser angustiosa. Llegué desde Valparaíso ese día temprano, contento de haber culminado mi primer semestre universitario y tenía impaciencia por encontrarme con mi familia, en mi tierra, en Combarbalá… veía gente tumultuosa moverse en los andenes húmedos por la niebla tardía, voces de vendedores desvanecidos por la tardanza, perros somnolientos y tristes, muchos bultos y abarrotes esperaban cargarse hacia las ciudades nortinas. Y mientras me absorbía ensimismado en mis ideas inocuas, se me acercaron unas gitanas jóvenes, quienes cargosamente intentaban leerme mi suerte, no pude resistir a tanta insistencia, puesto que a ese momento el día ya me parecía funesto…