El kiosco de la plaza, ¿nuestra postal?

Por admin, 25 Mayo, 2023
Foto del kiosco de la plaza

Arica y su morro, La Serena y su faro, Chillán y su catedral, Punta Arenas y su monumento al ovejero… ¿y Ovalle?, ¿cuál es nuestra postal característica?

La imagen característica de una ciudad, como se puede inferir de los ejemplos expuestos arriba, puede ser una belleza natural o una obra histórica o arquitectónica.

Los ovallinos nos jactamos de tener la plaza más bella de Chile, y puede que tengamos razón, ¿pero pueden los demás chilenos relacionar una fotografía de nuestra Plaza de Armas con la ciudad de Ovalle?. Probablemente no; o al menos no si la foto no incluye alguno de los dos íconos que podrían ser los candidatos a símbolo de esta ciudad: la pileta y el kiosco, este último también conocido como “el trébol”.

Ambas obras tienen su origen en el año 1952, cuando el alcalde e ingeniero Marcelo Bachelet Brant, con el apoyo del arquitecto director de obras, Pedro Broquedis, decidió efectuar una primera remodelación de la plaza, donde entre otros cambios, se incluyó la fuente de agua y el reemplazo del antiguo kiosco de madera por una obra más sólida.

Hasta entonces existía un entablado de madera, a la manera de una glorieta, la cual servía de escenario para la manifestaciones musicales y los actos cívicos que se efectuaban en el lugar. Por su mal estado el pueblo la denominó “la chigua”.

El kiosco es obra del arquitecto Oscar Mac-Clure Álamo, quien se adjudicó un concurso público convocado para reemplazar el viejo entarimado. El autor definió su proyecto como “un hito simbólico inscrito en un cubo”, donde la estructura se denominaba: “cuatro bóvedas paraboloides hiperbólicas en hormigón armado”. Dicho sea de paso, el mencionado arquitecto tiene a su haber obras de la talla del Planetario USACH y el Museo Gabriela Mistral de Vicuña.

La estructura sostenida por un solo pilar central en forma de cruz, no tardó en ser bautizada por los ovallinos como “el trébol”, pero uno de la buena suerte, por sus cuatro hojas.

La originalidad de esta obra bien la hace calificar como “la postal ovallina”.


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